A 45 años del asesinato de ese “excelente compañero de trabajo”

Un crucifijo de madera y bronce, un piolín que lo sujetaba al cuello, un atado de Jockey Club, un recibo de un seguro de vida… y un cuerpo. El cuerpo de un hombre con varios balazos en su espalda. Todo tirado en un descampado de la ruta de acceso a Puerto Galván en el partido de Bahía Blanca.

Esos balazos en su espalda fue lo último que sintió Salvador Trujillo la madrugada del 21 de septiembre de 1975.

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Salvador Julio Trujillo fue dirigente gremial del 70 al 73, luego vino un período de licencia por una enfermedad. Trabajaba en la Lanera San Blas de la avenida Colón y era “un excelente compañero de trabajo”, según lo que relató su hijo Julio en el juicio contra 4 sospechosos de integrar la Triple A bahiense, Juan Carlos Curzio, Osvaldo Omar Pallero, Héctor Ángel Forcelli y Raúl Roberto Aceituno (este último también acusado del asesinato de Watu).

 

Foto: Salvador Trujillo

Julio elaboró esa conclusión luego de hablar con varios compañeros que le confirmaron que siempre lo querían para que los representara en los reclamos laborales. Tanto que lo eligieron nuevamente para que fuera el delegado gremial una vez que recuperó su salud.

Pero Salvador estaba “marcado”. Tenía una estrategia cuando iba a trabajar: no marcaba tarjeta para que no se supiera si estaba adentro, si se había ido o aún no había llegado.

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-Ponce puto, puto, puto traidor. Estos franceses nos van a matar de hambre ­–Salvador llegó a casa agitado, se tiró en el piso frío para calmar su asma y lanzó esa frase que Julio recuerda 45 años después.

Ponce era Rodolfo Ponce, líder de la CGT bahiense. Los franceses eran la familia Lepoutre, los dueños de la Lanera San Blas por aquellos años.

Foto: Lanera San Blas

Julio era un nene de 7 años pero recuerda bien esa noche, unos meses antes del asesinato de su padre.

-Lo habían tiroteado en Don Bosco y Colón. Lo estaban preparando.

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Con la llegada del “Rodrigazo”, Salvador y sus compañeros entendían que había que hacer algo para que los salarios no perdieran más ante una inflación del 777 % anual, una suba del 100 % de los servicios públicos, un aumento del 180 % de los combustibles y un dólar que creció más del 60 %.

Los más de 400 obreros ya habían sufrido modificaciones salariales en julio de 1973 cuando los dueños de la Lanera San Blas decidieron suprimir la jornada laboral de los sábados.

-Julio, ¿creés que la familia Lepoutre tuvo que ver con el asesinato de tu papá?

-Dos días antes del asesinato de mi padre, uno de ellos (de la familia Lepoutre) viene a Bahía por un día, se reúne con los capangas y se vuelve a ir.

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-Voy a comprar cigarrillos –así se fue de su casa del barrio Noroeste Salvador Trujillo. Era la última vez que iba a salir de su hogar. Llovía y eran las 9 de la noche del 20 de septiembre de 1975.

Pantalón gris, chomba azul y blanca y una campera de corderoy marrón. La misma ropa con la que lo encontraron en el descampado de Galván con varios balazos en su espalda.

Un vecino le contó al hijo de Salvador qué vio cuando su padre salía del quiosco.

-Me dijo que lo subieron a una camioneta Fiat 125 de color claro. Lo pusieron al medio del asiento trasero entre 2 de los hombres que lo habían secuestrado.

Para las 11 de la noche, la esposa de Salvador y una hermana del obrero asesinado fueron a la Comisaría. La respuesta fue cruel.

-Su marido debe estar de copas con alguna dama, venga mañana y cuente lo que pasó señora –fue una de las tantas humillaciones que recibió Angélica.

Foto: Salvador Trujillo

Ya había sufrido entradas a su casa a las patadas, ya había visto como le ponían un revólver en la cabeza a su hijo de 7 años, ya había escuchado “si no nos decís dónde está tu marido, al nene lo vas a juntar con una palita”, ya había visto cómo le robaban alhajas, ropa y esas 2 sillas tapizadas adquiridas con esfuerzo en un remate… Sólo salvó la escritura y se la llevó a un abogado para que la guarde y no se le quedaran con la casa, una de las prácticas habituales de los asesinos de la Triple A.

La madrugada fue difícil. Angélica y Julio salían a la vereda para ver si Salvador volvía. No volvió. A la mañana aparecieron policías en la casa del barrio Noroeste. Julio estaba a la puerta jugando con amiguitos. A su madre la llevaron a la Comisaría de Ingeniero White. Y otra vez la humillación: las ropas ensangrentadas y embarradas de Salvador colgaban de un perchero. Le preguntaron: “¿Usted no lo habrá mandado a matar?”.

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Días después del asesinato de Salvador, algunos de sus compañeros se hicieron sentir con panfletos que Julio aún conserva.

“Ante la imposibilidad de frenar la lucha presionando a los delegados, la patronal de la Lanera San Blas hace asesinar a un trabajador, para hacer un ‘escarmiento’: el compañero Trujillo. Esto es parte de la política de los patrones y del Peronismo de Arriba, que en todo el país asesina trabajadores, delegados y compañeros combativos que no pueden asustar ni sobornar”.

“En Bahía son muchas las muertes de obreros: sólo en la construcción fueron asesinados los compañeros: “Negrito” García (de Interamericana), González, Ardiles, Walker, García (de Petroquímica)”.

Son algunos de los párrafos que se pueden leer en los panfletos ya casi amarillos. Todos cerrados con la misma frase y la misma firma: “Compañero Salvador Trujillo: tu sangre derramada no será negociada. Peronismo de base”.

Este domingo, a las 17 se hará un homenaje al obrero asesinado en avenida Colón 2.489, sede de la Lanera San Blas.

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Sin el pan que traía Salvador a casa vinieron épocas arduas. Hasta Julio, con sólo 7 años, tuvo que trabajar.

-Vendía golosinas en las canchas de fútbol –cuenta. Al mismo tiempo seguía estudiando en el Don Bosco gracias a la beca que le dio el padre Marcelo.

La pensión para Angélica y su hijo llegó 2 años después.

-Y a los 4-5 años de la muerte de mi padre, mi mamá volvió a tener pareja y vinieron tiempos un poco mejores, por lo menos teníamos para comer –dice Julio.

La causa de la muerte de Salvador Trujillo se detuvo. No hubo ninguna explicación del Estado. Se cerró el expediente. A unos 10 años del hecho, cuando Julio ya era un adolescente y con la vuelta de la democracia empezó a averiguar qué había pasado con su padre.

-Mamá no averiguó más por miedo y por protegerme a mí.

Hoy, con un juicio en marcha contra 4 acusados (Juan Carlos Curzio, Osvaldo Omar Pallero, Héctor Ángel Forcelli y Raúl Roberto Aceituno) de haber pertenecido a una de las bandas de la Triple A quizás se pueda conocer un poco más de cómo fueron esas últimas horas de Salvador.

Foto: los 4 acusados.

-Julio, ¿qué esperás de este juicio?

-Espero que alguien pueda decir qué le pasó a mi padre. Que se pueda saber algo. Se perdió mucho tiempo y hay gente que ya no está. Yo busco al que apretó el gatillo… y siempre lo voy a buscar.

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