Cuando no queda otra que mentir

-Si no hablás, te decapitamos –decía el soldado japonés mientras blandía una espada katana, esas que cortan una hoja de papel en el aire.

Al piloto de avión estadounidense Marcus McDilda lo habían atrapado en plena Segunda Guerra Mundial. Estaba prisionero y el interrogatorio buscaba más data de las bombas atómicas. Hacía 2 días que los norteamericanos habían tirado una contra Hiroshima.

McDilda era sólo un soldado ¿qué iba a saber sobre los planes de los Estados Unidos? Pero la katana tan cerca lo hizo hablar como nunca había hablado.

-Como ustedes saben, cuando los átomos se liberan, se dividen en átomos positivos y átomos negativos. Los científicos americanos han logrado colocarlos en un gran contenedor y separar a unos de otros gracias a un escudo de plomo… bla, bla, bla  -así habló Marcus frente a sus captores.

Un verso extraordinario, desenmascarado luego por un científico japonés que sí sabía cómo se hacía una bomba atómica.

Pero se salvó. La rendición del emperador Hirohito le llegó justo al piloto. Y un dato cierto que metió en medio de todo aquel verso: Estados Unidos tenía preparada una tercera bomba atómica que iba a tirar sobre Tokio.

Hasta de los últimos fusilamientos japoneses se salvó Marcus: sí Hirohito ordenó 100 fusilamientos antes de rendirse.

Marcus murió en 1998 a los 76 años… condecorado por haber sido prisionero en plena Segunda Guerra Mundial.

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