La historia de la Papisa Juana en la Iglesia Católica desnuda a una sociedad. ¿Por qué tanto escándalo y misterio ante la posibilidad de que una mujer pudiera ocupar el Trono de Roma?
Una sociedad que se sigue comportando igual 1.200 años después. En los primeros días del mayo que ya está por comenzar, ninguna mujer estará entre los más de 130 cardenales que entrarán al cónclave que culminará con la elección del próximo Papa, tras la muerte del argentino Jorge Bergoglio.
Pero ¿quién fue la Papisa Juana? Si es que alguna vez existió. Su nombre original permanece en el misterio.
Nació entre 814 y 818 en un pueblito que hoy está ubicado en Alemania y que tiene unos 35.000 habitantes: Ingelheim am Rhein, conocido por ser sede de una de las farmacéuticas más importantes del mundo (Boehringer Ingelheim, en la Argentina es Biotenk) y por su producción vitivinícola.
Desde chica estuvo cerca de la religión. Su padre era monje y ella leía a escondidas los textos que tenía su padre: las mujeres no podían leer y mucho menos La Biblia.
Cuando pudo se fue de su hogar. La huída fue con un monje que la obligó a cortarse el cabello, vestirse de otra manera y convertirse en Juanes. Esa fue la condición para ayudarla en la escapada. Ella lo adoptaría para siempre.
En Grecia estudió astronomía, filosofía, lógica… Siempre con un temor: ser descubierta.
(Un minuto de reflexión ante mi desacertada frase: “Ser descubierta”… como si la condición de mujer fuera un crimen. Bueno… sigamos).
En Atenas empezó a ser respetada por su sabiduría aunque siempre manteniendo su estricta disciplina de no dar un solo signo de ser una mujer. Por eso se centró en estudiar y nada más.
El Clero no sabía lo que se le venía. Una mujer era mucho más brillante que todos esos hombres ya un poco rancios. Juana sólo hablaba cuando debía y para decir algo. Todo su aspecto era de frialdad.
Su sabiduría la puso en el máximo lugar de poder de Roma en el 855: tras la muerte de León IV, la sede papal fue un caos. Quién mejor que ella para acallar a los detractores, el consenso de que Juanes era el mejor fue irrefutable. Y fue Papa… Papisa sin que nadie lo supiera.
El nacimiento de su hijo llegaba. Y Juana estaba encerrada con una duda: ¿huir, decir la verdad, ocultar…? La duda la condenó y el tiempo hizo lo que hace el tiempo… pasar. Tanto pasó que en una recorrida a caballo por el pueblo, Juana se dio cuenta que comenzaban las contracciones. Su embarazo quedó expuesto delante de muchos.
El niño nació. ¿Y ahora? Comenzó el plan de borrado. Juana sería borrada para siempre. Era Juana o el Vaticano –un Estado que había nacido hacia unos 10 años.
Se activaron todos los protocolos de ocultamiento para la Papisa Juana, con una notable estrategia. No la mataron, ni la echaron, ni la encerraron… la dejaron al abandono. Eso sí, destruyeron todos sus documentos, todas las pinturas que la evocaban, excomulgaron a los que hablaran de ella y lo más duro: su amante fue ejecutado.
Hoy es una historia perdida en el tiempo. Nunca oficializada. Desmentida y ocultada. La leyenda es real. ¿Juana?
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Spin off
Una de las historias derivadas de la leyenda de la Papisa Juana es la del palpati.
¿Qué hacía el palpati? Sentaba al Papa elegido en una silla que tenía un agujero. En ese hueco el cardenal más votado ponía sus genitales y un diácono metía su mano. Palpaba y gritaba en latín: Duos habet et bene pendentes (tiene 2 y cuelgan bien). Listo, ya podía ser Papa.
Todo habría nacido tras el engaño de Juana. Hasta que un día llegó un Papa coherente: Adriano VI en 1522. Prohibió la práctica que se había hecho durante 7 siglos y por la que habían pasado 114 herederos de Pedro.