Una vuelta en el camión de basura de Hugo Moyano

Ya pasó una hora de la vuelta en el camión de Covelia. La ropa ya gira en el lavarropas. Ya salí de la ducha. Ya me puse perfume y desodorante. Pero en la nariz sigo oliendo esa mezcla de lo que vi en el camión de Covelia. Esa mezcla de tallarines con salsa, zapatillas usadas, lechuga después de varias horas al sol y ese líquido negro que patina y patina por la parte trasera del camión cada vez que el chofer aprieta el botón para compactar.

* * *

Me presentan al chofer que me va a llevar a recorrer las calles bahienses. Por un rato soy basurero o como dicen ellos: recolector.
–¿Qué tal? Moyano –me dice.
–Hola. ¿Y tu nombre?
–Hugo.
–¡Nooo! ¿Te llamás Hugo Moyano?
–Sí, ya sé, ahora empiezan las cargadas…
–No. Pero que seas “camionero” y te llames Hugo Moyano…
–Uuhhh. Pero tengo 46. Imaginate que cuando mi viejo me lo puso, a Moyano no lo conocía nadie.
–Che ¿y qué te parece el otro Hugo Moyano?
–Y… ¿Qué te voy a decir? A nosotros nos tiene bien… Se dicen tantas cosas de él.
–Sí, que es dueño de Covelia por ejemplo.
–Hasta eso llegaron a decir.

* * *

El Hugo Moyano bahiense arranca. Vamos a recorrer Bella Vista, La Falda, Palihue y Villa Miramar.
La cabina luce impecable. Hay de esos felpudos como los de colectivero, una bola de la que sale desodorante de ambiente, bafles y una radio clavada en una FM.
–Che ¿Y este corazón? –le pregunto por el adorno que cuelga del espejo y que dice “te amo”.
–Y… eso lo vamos poniendo con el chofer de la noche… Son cosas que encontramos. Bueno no todo, lo demás lo compramos y lo ponemos.
La cabina huele bien. Hugo dice que a pesar de trabajar con la basura quiere que todo tenga buen olor y que esté brillante.
–Acá saben que los piecitos arriba del tablero no van.
Mientras habla, los ojos van de un lado a otro. De espejo a espejo. Controla que los chicos de atrás levanten las bolsas, se agarren bien de las barandas, le chiflen para seguir o le griten “compaaactaaarr” cuando la caja llega al tope.
–Acá no podés pestañar. Hay que mirar bien. Y soportar cuando alguno te p… porque vas de vereda a vereda. Pero ya no discuto. Vengo a laburar.
Y dice que le gusta.
–Lo disfruto. Y nos pagan bien.
Hugo dice que un chofer araña los 5.000 pesos por mes y que los chicos de atrás andan entre los 3.800 y los 4.500 dependiendo de las horas extras.

* * *

–Hugo: cuando pares de nuevo me voy a atrás –le digo.
–Dale.
Los chicos de atrás me dicen que me pare al medio.
–Agarrate de acá –me dice Manuel Bomvetre, el “Facha”.
Le hago caso: me agarro fuerte de la baranda. “Facha” le dice “daaleee” a Hugo.
A la izquierda lo tengo a “Facha”. A la derecha a Jonatan Acosta.
Corren, saltan, agarran, tiran… Me piden perdón cada vez que me cae un poquito de agua o algún líquido indefinido.
A los gritos me cuentan. Jonatan tiene 20 años y ya lleva ocho meses subido al estribo. Dejó la construcción y se puso a juntar basura porque le pagan mejor y porque es más estable. Cuando llevaba un mes arriba del camión, Bahía se despertó con la nevada más grande de la historia. Aquel 22 de julio de 2009 tardaron más de las habituales de 7 a 9 horas para hacer la recolección: empezaron como siempre, a las 6, y terminaron cerca de las 22.
–Tuvimos que ir caminando. Si corríamos nos matábamos. A mí se me pegaron los guantes a los dedos por el frío –cuenta Jonatan.
“Facha” sigue subiendo y bajando. Tiene 25 años y buen estado físico. Salta, casi baila. Será para estar en ritmo, porque los fines de semana “Facha” se sube a algún escenario para ser la voz de Cumbia fachera.
–Nos presentamos en varios boliches, en la zona. Hacemos covers, pero ya estamos laburando algunas canciones propias.
Llevo 40 minutos atrás. El olor me empieza a molestar.
–Lo primero que hacemos cuando volvemos a la empresa es bañarnos. Nos queda olor en la ropa.
–¿Y no les da vergüenza decir que son basureros?
–Somos recolectores –me corrige “Facha”.
–No, yo lo digo sin problemas –dice Jonatan.
–¿También cuando conocen a una chica?
–Sí. ¿No sabés lo que se gana acá arriba? –dice “Facha”.
En la rueda de mate que hacemos a las 10 en Villa Miramar, uno de los supervisores lo confirma.
–¿Sabés cómo es el jueguito? Estos pibes hacen casi siempre el mismo recorrido, entonces cuando una piba los ficha, sale a tirar la basura a la misma hora. Ahí se hacen las miraditas, se dicen algo y después se da…
Mientras come galletitas, “Facha” afirma.
–Y no sabés las minas de guita que me dieron bola sabiendo que era basurero. No sé qué les puede atraer.

* * *

Seguimos. Dentro de las bolsas se ve. No hay nada agradable. No hay relojes de millones. No hay joyas que salven al basurero, ni billetes de algún descuidado. Sí les han puesto algún animal muerto, vidrios peligrosos o el elemento más temido: agujas.
–Una vez me pinché con una aguja y al rato tenía el brazo hinchado. Me pegué un c… –dice Hugo, que antes de manejar fue recolector.
Jonatan tiene varios cortes en los dedos. Y todos, todos, tienen la antitetánica al día.
–Esto no es para cualquiera. Además de todo eso, tenés que estar bien físicamente. Acá vinieron varios patovicas, con un estado físico tremendo y a los 20 días abandonaron. Y eso que el sueldo es bueno –dice “Facha”.
–Muchachos me bajo. Gracias por todo –me agarro bien de la baranda y apoyo los pies de a uno.

* * *

Ya pasaron casi seis horas de la vuelta en el camión de Covelia. La ropa ya cuelga al aire libre y está casi seca. Me volví a poner perfume y desodorante. La nariz se va recuperando. Pero ahora el problema lo tengo en la memoria. Todavía veo esa mezcla de tallarines con salsa, zapatillas usadas, lechuga después de horas al sol y ese líquido negro que patina y patina por la parte trasera del camión de Covelia cada vez que el chofer aprieta el botón para compactar.

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