Bahía Blanca lucha desde siempre con su clima y su suelo hostil.
Una ciudad con un mar que no se puede disfrutar a pleno, con un verano muy caliente y un invierno muy frío. Con un viento que se levanta siempre a destiempo.
De lo que quedó documentado, todo empezó con aquella expedición de Magallanes entre 1519 y 1520 y que luego se transformaría en una vuelta al mundo. El 13 de febrero de 1520 -hace 500 años- su embarcación se encontró con la bahía. Anotó lo que vio, pero no se quiso internar demasiado porque presumía que los pantanos le dejarían encallada su “Victoria”. Y no fue amistoso el primer nombre para esta zona “Bahía de la bajos anegados”.
Las expediciones que empezaron a llegar desde Buenos Aires enviadas por Rivadavia en los primeros años del siglo XIX tampoco tenían buenas noticias: describían a nuestras tierras como un gran desierto medanoso, casi sin árboles y lleno de cortaderas. Los nabos al borde del Napostá era lo único que reconciliaba a Bahía Blanca con la naturaleza.
Todos coincidían en lo difícil de vivir en estas tierras. Los originarios que tenían su refugio en las sierras de la Ventania le pusieron Huecuvú Mapú, Tierra del Diablo.
Y parece que no vamos a salir de ese destino.
En octubre de 1858 en el boliche de Silva -de la primera cuadra de Zelarrayán- el cacique Yanquetruz hizo alarde de una victoria que había obtenido 3 años antes en la zona de Tandil: entró canchereando con el uniforme del difunto teniente coronel Otamendi. Algunos oficiales del Ejército que también estaban en el bar, se enojaron por ese alarde provocador. Los vasos de ginebra iban bajando mientras la discusión iba subiendo. Y antes de que Yanquetruz pudiera sacar su daga, el capitán Jacinto Méndez lo apuñaló.
Más enojada que todos los que estaban en el boliche quedó la esposa de Yanquetruz. Y fue ella la que selló la suerte de Bahía Blanca en aquella primavera de 1858. Usando sus poderes de hechicera sentenció: “Tendrán 1.000 años de mal clima”.
Y acá estamos… contando.